El croar de las ranas
Era el año 1959, en un banco del cauce del río Turia, en Valencia, cuando aún no existían los Jardines. Cortejaba entonces a una chiquilla de mi edad, bastante intelectual ella, con la que hablaba de Literatura, poesía y canciones de Paul Anka. Por eso, con algo de mofa, le lancé en el atardecer esta frase aparentemente absurda y ridícula, con pretensiones románticas y poéticas: “¿Oyes el maravilloso croar de las ranas en lontananza?”. La hice reír.
Es un fugaz recuerdo que surgió al pasar hace unos días por aquel mismo lugar, a la misma hora, pero ya no se oía croar a las ranas. Parece ser que están en vías de extinción, como las abejas. Así se va destruyendo nuestro antaño bello planeta. Todo desaparece, se desvanece en el aire o en el recuerdo, como una ineludible amenaza de muerte y destrucción.
Y esto me llevó a recordar algunos tebeos de mi infancia que desaparecieron sin explicación, sin dejar rastro, seguramente por razones económicas. A veces fue algo frustrante para los aficionados, por la evidente calidad de unos seriales que prometían futuros goces a los que éramos voraces devoradores de tebeos.
Vienen a mi memoria algunas de aquellas publicaciones, provocando una pizca de dolor y añoranza en alguna parte de mi ser.
Recuerdo algunas de estas series que permanecieron en mi memoria:
Titán el Invencible. Bruguera, 1947. Dibujos de Bosch Penalva. Un solo cuaderno se publicó de este personaje. Una historia de gladiadores que contenía buenas promesas.
El Pirata Negro. Bruguera, 1948, 10 cuadernos. Dibujos de Luís Gago. El Pirata Negro era una leyenda. El Pirata Negro fue una serie de novelas de Arnaldo Visconti (Pedro Victor Debrigode), 85 novelas llenas de acción y aventura. Luís Gago hermano de Manuel Gago, fue el encargado de transmitir sus aventuras a la historieta, lo que solo duró 10 cuadernos, dejándonos frustrados e insatisfechos. Aunque Luís no tenía la garra de Manuel, sí transmitía la acción y el desarrollo coherente de la historia.
El Espadachín de Hierro. Bruguera, 10 números, 1949.
El Espadachín Enmascarado fue realizado por Manuel Gago en 1947, pero la Editorial Valenciana, como tenía por costumbre, pospuso su publicación hasta 1951. Esto do lugar a que la Editorial Toray propusiese a Gago un nuevo personaje, y así nació el Espadachín de Hierro. Pero luego, por cuestiones editoriales y de derechos, se tuvo que interrumpir la publicación de este personaje.
Tigris el Africano. Edeta, 4 números, 1949. Dibujos de José Grau.
Esta fue una de las grandes frustraciones de la época. Ignoramos por qué se interrumpió la publicación de este serial que nos cautivó desde el primer cuaderno. Ya habíamos apreciado varias de las series de este dibujante (Rostro de cuero; X-3 y su Patrulla Secreta; el Capitán Sol; y sus innumerables relatos cortos en las diferentes revistas de la Editorial Valenciana. Tigris era una historia diferente y nos adentraba en fascinantes reinos de la antigüedad histórica. Solo se publicaron 4 números que nos dejaron insatisfechos y expectantes de las intrigas de las bellas protagonistas de la historia.
El Justiciero Fantasma, Bruguera, 8 números, 1950. De nuevo encontramos aquí a Luís Gago, aunque con portadas de Ángel Pardo. Fue un serial curioso, en particular por el personaje de dos cabezas, El Hechicero, en constante pelea contra sí mismo. La acción se sitúa en la India, en una ciudad llamada Cuptala, donde vive el rajá Abserad El Aben, quien se enorgullece de ser el más cruel y refinado martirizador de los rajás hindúes y que está enamorado de Zindia, hija de un cabecilla rebelde. Su seguidor Ibrehen se apodera de Zindia y la lleva ante el rajá, quien desprecia a sus mujeres, incluso a su favorita, Linda, y manda preparar a la cautiva para su boda. Linda quiere matar a Zindia, y los tambores de los rebeldes lanzan mensajes que llegan hasta los oídos del misterioso Justiciero Fantasma, del que se ignora su origen y por qué vive solo en la jungla, vistiendo, aunque es europeo, a la usanza india. Tiene una fuerza hercúlea como un toro y la agilidad de un felino. El enmascarado se opone al rajá, y llega hasta el harén buscando a Zindia. Linda también se siente atraída por el Justiciero.
Las esposas del rajá hablan de él: aseguran que la jungla lo crió para que protegiera al débil y castigara la maldad. Él mismo ignora parte de su historia y es muy desgraciado. El viejo Isaac lo encontró en plena jungla cuando era un mozalbete, lo recogió y amparó, ayudándole a crecer a su lado sano y fuerte. El viejo no puede trabajar. Está leproso y todos huyen de él. Klamir, el cabecilla de los rebeldes, lo echó del poblado, y él se refugió en la jungla. Solo él puede saber quién es el Fantasma. Pero nunca lo sabremos. El personaje más impactante de este serial es El Hechicero, individuo con dos cabezas, y en quien se enfrentan constantemente sus dos cerebros, hasta el punto de pegarse entre ellos, por rivalidad y amor a la misma mujer, curiosa adaptación del mito del doctor Jekyll y Mister Hyde, quizás con alusión a la realidad española de la reciente guerra civil.
Marfisán. Editorial González, 8 cuadernos, 1952/53. Guion de González, dibujos de Breá (1 a 6), F. Javier (7 y 8). Portadas de Breá (1 a 4) y MacaBich (5 a 8).
Una excelente serie de ciencia ficción, llena de promesas que se esfumaron al parar la colección. Es curioso que el tema ya es una premonición del film Terminator (1984). Es una mezcla de ciencia ficción y cine negro.
Marfisán tiene su origen en unos esclavos terrícolas llevados a otra galaxia en la antigüedad oriental de nuestro planeta. Vuelve a la Tierra en un platillo volante, huyendo de su amenazador amo. En la Tierra se enfrenta a gángsters mientras pelea con su rival extraterrestre. Habría sido magnífico ver los desarrollos de esta serie, con el origen de Marfisán y las intenciones del planeta donde lo tenían cautivo con respecto a la Tierra.
Roque Brío. Editorial Maga, 8 números y Almanaque para 1957, 1956.
La salida de esta colección fue una gran alegría para los que éramos aficionados de Luís Bermejo, al que habíamos descubierto por el serial El Rey del Mar y algunos relatos cortos en las publicaciones de Editorial Valenciana, pero que, sobre todo, nos había fascinado con la serie Aventuras del F.B.I., de Editorial Rollán. Roque Brío era portador de grandes promesas, pues se trataba de las aventuras de un reportero gráfico a través del mundo, y eso nos aseguraba reportajes a través del mundo, con un fondo histórico real y emociones sin fin. Pero se paró a los 8 números, quizás por falta de éxito.
Y quiero terminar por una de las más grandes frustraciones de la época: la revista Chicos. Ya habíamos tenido una primera época, la del esplendor, la del 1938 a 1950, con los grandes de la historieta española. Tuvo una segunda época, Chicos/Chicos Deportivo, que alcanzó los 70 números, dejando algunas series inconclusas, como la de Jesús Blasco, Wild Batson. Pero llegó la tercera época, la publicada por Ediciones Cid en 1954, con el gran éxito radiofónico de la serie de Dos Hombres Buenos, de José Mallorquí.
Disfrutamos con aquella revista que empezó con el Cisco Kid de Salinas y publicó series apasionantes de autores españoles e incluso del portugués, Eduardo T. Coelho. Y en sus páginas apareció el Federico Trotamundos, otra serie de Luís Bermejo que nos apasionaba. Cuando llegó el número 69, se nos prometió la continuación con grandes mejoras y nuevas series. Pero allí acabó el sueño que se esfumó en las tinieblas del tiempo para siempre.
Aquellos tebeos merecen recordarse. Nos permiten soñar en lo que hubieran podido ser y en las horas de placer que sin duda perdimos.
Las ranas ya no croan en los Jardines del Turia. Estamos viviendo en plena ciencia ficción, que se está convirtiendo en cruda y dura realidad. Se cumple hasta la saciedad la novela de George Orwell, 1984, yendo incluso más allá. Van a destruir hasta nuestros sueños, nuestra fantasía, nuestro amor…
Desaparecen las ranas, desaparecen las abejas. Lo único que se desarrolla a toda velocidad (Fast and Furious), de manera imparable, inexorable, es la corrupción, la criminalidad, la ignorancia, el desamor… y la estupidez.
Agustín Riera